Cuando yo era niño solía contar mis tesoros en CENTAVOS y en TRILLONES y me sentía dichoso a diferencia de otros niños
En aquel tiempo tenía yo una alcancía que era un cerdito de porcelana que en cuya barriguita echaba mi modesta riqueza, todos los días sacudía mi alcancía solo para sentir cómo se iba llenando de monedas y podía saborear mentalmente diversas tentaciones y por otro lado mi fantasía juntaba los TRILLONES en cantidades de lo que yo nunca podría gastar en toda mi vida, entonces me las gastaba también con mucha imaginación y me compraba todo el cielo, un árbol de caramelos, unas alas mágicas (en mis sueños siempre vuelo) me compraba un perrito que podía hablar, me compraba todo lo fantástico con mis TRILLONES de imaginación. Los centavos, en cambio aunque mucho menos si eran reales.
Mis centavos me las ganaba de muchas formas: cuando en casa me encargaban un favor o propinas en la escuela, a veces era más creativo y realizaba algunas tareas a mis compañeros; hacía muchas cosas con tal de ver mi cerdito cada vez más gordito. Todos los días pensaba en mis monedas incluso tenía la idea de enterrarla bajo tierra como la historia de piratas porque pensaba que no estaban seguros en mi cuarto a la luz del día. Me parecía una maravilla tener mi propio dinero y algún día disponer de el cuando yo quisiera.
Recuerdo que un día vi a un niño mendigo pidiendo limosna a unos adultos, me detuve a una distancia observando y me sentí un niño dichoso de tener un TESORO me sentía yo un niño afortunado... pero al observar me di cuenta que no me había hecho falta enterrar mi tesoro, porque sin darle uso ya estaba como enterrado. Pues entonces pensé en darle un buen uso en ese preciso instante y Aquel momento con disimulado orgullo me acerque y le dí una moneda a ese niño y le di un ejemplo a esos adultos.
Mientras los centavos se acumulaban en mi cerdito, había veces en que podía darme el lujo de obsequiarme un helado y saborearlo frente al sol, lo saboreaba rápidamente antes que se derritiera en mis manos, era feliz al sentir dos sabores aunque distintos... sentía lo rico del helado y sentía lo rico de mi tesoro.
Mi padre me decía: "La felicidad no se compra con dinero, las cosas de la vida son siempre gratis"
¡Qué tontería!-pensaba yo-. Pero cierto día como solía comprarme a menudo un helado y saborearlo frente al sol, note que siempre se derretía en mis manos, aunque me apresuraba en saborearlo con sumo placer, siempre mi helado se acababa de prisa. Pero ese día que se acabó mi helado, sentí otra delicia, era nada más ni menos que la onda cálida con que me acariciaba el sol; la percibí repentina y sencilla. Ese día se transformó en algo bello y mágico... me quedé inmóvil, cobrando conciencia, ansioso de explicarme cómo había sucedido y en ese instante supe que aquello no había podido comprar...ni por todo el oro del mundo.
Desde aquel día me maravillaba de todo que podía ver así de sencillo, descubrí que puedo ser feliz si disponía de dinero pero que también podía ser dichoso sin él. Al recordar aquella mi niñez, pensé en lo increíblemente poco que gastaba entonces y nunca tuve acceso a tales riquezas, ahora me veo convertido en un hombre que creció como un pasajero más en el infinito tiempo sumergido en la rutina y el trabajo; lo que realmente necesito es paz, valor, esperanza; Pienso en las ventajas de mi existencia, en ideas que conservaran activas mi inteligencia, tengo necesidad de dignidad, anhelo oportunidades para sentir que formo parte de este mundo y eso no se compra ni con centavos ni con trillones, solo tendría que encontrarlo en lo más profundo de mi.
El dinero tiene importancia, nunca he dicho lo contrario importa igualmente saber que se es capaz de ganarlo y cubrir las necesidades de nuestros seres queridos, pienso que puedo vivir bien y armoniosamente con menos de lo que creía en otro tiempo. Pienso en mi verdadera fortuna: amigos, familia, la naturaleza, mi perro fiel. Ellos son mi verdadero tesoro. Pero aún después de recobrar mi conciencia pienso que la vida no es fácil -¡saldré adelante!-. pues bien eso quiero y he de lograrlo mientras mi ser interior recuerde las fuentes de mi verdadera riqueza, me siento gozosamente dichoso como si al fin hubiera encontrado el camino al centro de mi existencia.
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